La magia no es cosa de Harry Potter.

La magia no es cosa de Harry Potter.
Las plantas hablan, gritan y lloran! Ya tenemos pruebas científicas.

En la tradición chamánica Mari-El en la que crecí nos comunicamos con los árboles. Somos animistas y creemos que todo tiene alma. Cada planta tiene alma. Hablamos con ellas. Algunas de las “ viejas”( aquí serían meigas o almas viejas), que se dedican al herborismo y sirven a las comunidades donde viven como curanderas, tienen dentro de su “entrenamiento” de comunicación con las plantas varias noches en las que tienen que dormir cerca de la planta con la que actualmente trabajan.
Se aconseja trabajar con 2-3 plantas al año para poder conectar de verdad con cada una.También tenemos nuestras plantas “tótem y nuestros árboles, a los cuales llamamos “Sabias”.

Hoy en día casi nadie cree en la magia. Es alguna cosa de Harry Potter. Hablar con las plantas y escucharlas podría significar que necesitas visitar el hospital psiquiátrico. Pues me siento totalmente normal y me comunico con las plantas para poder curar con su ayuda. Con los árboles me comunico para saber qué hacer, para servir mejor, con ayuda de la naturaleza.

Quiero enseñar no solo sobre los constituyentes y esta parte científica, que mejora cada año en los temas de fitoterapia y herborismo, sino también sobre la energética de las plantas y cómo comunicarse con ellas para obtener mejores resultados en este trabajo.
Y así servir a nuestras familias, amigos, nuestras comunidades.Con mucha alegría leí el día 30 de marzo este artículo de la revista Nature, que suelo leer cada mañana.

Aquí os traduzco la historia verdadera y chula:

 Las plantas estresadas ‘lloran’, y algunos animales probablemente puedan oírlas.

Los micrófonos captaron crepitaciones ultrasónicas de plantas que están privadas de agua o lesionadas.
Las investigaciones que muestran plantas dañadas o con estrés hídrico que emiten sonidos agudos podrían tener implicaciones para el monitoreo hortícola.

Las plantas no sufren en silencio.  En cambio, cuando tienen sed o están estresadas, las plantas emiten “sonidos en el aire”, según un estudio publicado hoy en Cell.

Las plantas que necesitan agua o a las que se les han cortado los tallos recientemente producen hasta aproximadamente 35 sonidos por hora, encontraron los autores.  Pero las plantas bien hidratadas y sin cortar son mucho más silenciosas y solo emiten un sonido por hora.

La razón por la que probablemente nunca hayas escuchado hacer ruido a una planta sedienta es que los sonidos son ultrasónicos, alrededor de 20 a 100 kilohercios.  Eso significa que son tan agudos que muy pocos humanos podrían escucharlos.  Algunos animales, sin embargo, probablemente puedan hacerlo.  Los murciélagos, los ratones y las polillas podrían vivir potencialmente en un mundo lleno de los sonidos de las plantas, y el trabajo anterior del mismo equipo descubrió que las plantas también responden a los sonidos de los animales.

Cultivos de llanto

Para escuchar a escondidas las plantas, Lilach Hadany de la Universidad de Tel-Aviv en Israel y sus colegas colocaron plantas de tabaco (Nicotiana tabacum) y tomate (Solanum lycopersicum) en pequeñas cajas equipadas con micrófonos.  Los micrófonos captaron cualquier ruido hecho por las plantas, incluso si los investigadores no podían escucharlos.  Los ruidos eran particularmente evidentes para las plantas que estaban estresadas por la falta de agua o por un corte reciente.  Si los sonidos se bajan y se aceleran, “es un poco como palomitas de maíz: clics muy cortos”, dice Hadany.  “No es cantar”.

Las plantas no tienen cuerdas vocales ni pulmones.  Hadany dice que la teoría actual sobre cómo las plantas hacen ruidos se centra en su xilema, los tubos que transportan agua y nutrientes desde sus raíces hasta sus tallos y hojas.  El agua en el xilema se mantiene unida por la tensión superficial, al igual que el agua succionada a través de una pajita.  Cuando se forma o se rompe una burbuja de aire en el xilema, puede hacer un pequeño chasquido y es más probable que se formen burbujas durante el estrés por sequía.  Pero el mecanismo exacto requiere más estudio, dice Hadany.

El equipo produjo un modelo de aprendizaje automático para deducir si una planta había sido cortada o estaba estresada por el agua a partir de los sonidos que emitía, con un 70% de precisión.  Este resultado sugiere un posible papel para el monitoreo de audio de plantas en agricultura y horticultura.

Para probar la practicidad de este enfoque, el equipo intentó grabar plantas en un invernadero.  Con la ayuda de un programa de ordenador entrenado para filtrar el ruido de fondo del viento y el aire acondicionado, aún se podían escuchar a las plantas.  Los estudios piloto de los autores sugieren que las plantas de tomate y tabaco no son atípicos.  El trigo (Triticum aestivum), el maíz (Zea mays) y las viñas (Vitis vinifera) también hacen ruidos cuando tienen sed.

Hierbas parlanchinas?

Anteriormente, el equipo de Hadany también estudió si las plantas pueden “escuchar” los sonidos y descubrió que las prímulas nocturnas de la playa (Oenothera drummondii) liberan un néctar más dulce cuando se exponen al sonido de una abeja voladora.

Entonces, ¿los ruidos de las plantas son una característica importante de los ecosistemas que influyen en el comportamiento de las plantas y los animales por igual?  La evidencia aún no es clara, según Graham Pyke, biólogo de la Universidad Macquarie en Sydney, Australia, que se especializa en ciencias ambientales.

Es escéptico de que los animales escuchen los gemidos de las plantas estresadas.  “Es poco probable que estos animales sean realmente capaces de escuchar el sonido a tales distancias”, dice.  Cree que los sonidos serían demasiado débiles.  La investigación adicional debería arrojar más luz sobre el asunto.  Pero Pyke dice que está perfectamente dispuesto a aceptar que las plantas “chirrían” cuando están estresadas.

Nature 616, 229 (2023)

doi: https://doi.org/10.1038/d41586-023-00890-9

https://www.nature.com/articles/d41586-023-00890-9

Referencias de Google Scholar:

Khait, I. et al. Cellhttps://doi.org/10.1016/j.cell.2023.03.009 (2023)

Veits, M. et al. Ecol. Lett. 22, 1483–1492 (2019).

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